NO VIVIR COMO ELECCION





TEMER LA VEJEZ ES MORIR EN VIDA.
Quien ama la vida ama la vejez 
 
Algunas personas, presas del terror a la muerte y el miedo al dolor de la decrepitud que comporta la edad, o presas del miedo a las imaginarias privaciones que tal vez pudieren asaltarles en el mañana, viven acaparando recursos para paliar su vejez.
Para ello, acuciadas por el temor de no tener suficiente con el fruto de su trabajo, rapiñan e instrumentalizan a quienes acceden a ellos. Siempre con engaño de la víctima, pues pocas personas son dadas a dejarse utilizar consciente e impunemente.
Estos temerosos asustados no tienen más remedio que renunciar a la empatía (si alguna vez la tuvieron), pues el frío cálculo de cómo conseguirán que los demás sean sus instrumentos para sus fines exige no ponerse jamás en los zapatos del otro, para evitarse así el sufrimiento vicario por el dolor que ocasionan en los demás.
Sin embargo, pese a esta ausencia de empatía prevén con esmero la reacción ajena: la calculan y maniobran para animarla o inhibirla según su interés; la provocan cuando no surge; la intentan neutralizar de antemano cuando la temen y la ven inevitable; y su vida está plagada de acciones aparentemente altruistas que no tienen más objetivo que congraciarse con quienes pretenden en el futuro utilizar.
En esto último, en el trato con quienes pretenden utilizar en el futuro, especialmente con los ricos e influyentes, no son muy distintos de las personas interesadas, que se acercan e intentan trabar amistad con ellos por lo que de ellos puedan necesitar. Aunque existe un matiz diferencial: quienes temen a la vejez, en cuanto tienen un objetivo a la vista comienzan la manipulación del rico o influyente, con unas primeras acciones tendentes a convencerles de la bondad o conveniencia de lo que más adelante acabarán por proponerles o pedirles(1).
Tales personas no viven, sino que esperan vivir.
Pierden el pasado, pues les es desabrido recordar un tiempo que llenaron de cálculos, falsedades, maniobras y manipulaciones(2); en lugar de llenarlo de actividades propiamente humanas, como el amor, la entrega a los demás o el cultivo de uno mismo.
Por la misma razón pierden también el presente, que está plagado de los esfuerzos para acaparar bienes y para evitar ser descubiertos en sus maquinaciones. Esfuerzos enfocados en el futuro y dirigidos a él, lo que comporta un nivel de ansiedad nada despreciable(3), ansiedad que les obliga a incrementar de forma patológica el control sobre sus emociones y sentimientos.
Sólo parecen gozar del futuro disponiendo de su decrepitud como de una mocedad rebosante(4). Pero, por definición, el futuro es lo que nunca llega, y no es posible gozar de lo que no es.
Posponen para el futuro vivir como seres humanos, siendo que la dilación es la quiebra máxima de la vida, pues con la esperanza de tiempos futuros se defraudan los presentes. Posponen vivir, haciéndose cuenta de que vivirán tantos años cuantos su egoísmo les exige para dar sentido a sus acciones de rapiña en el presente, y para dar sentido a su vida.
Acompañadas siempre del temor a que el desliz propio o el ajeno las delate, se ven obligadas a no permitirse la expresión de ningún sentimiento o goce que les haga perder el control sobre sí mismas(5).
Por idénticas razones se ven impelidas a suprimir y prescindir de sus relaciones con cuantas personas pudieran mostrar, a ellas o a sus allegados, algún gesto o acción del pasado que dejara al descubierto el motivo de sus acciones. De este modo les es difícil disponer de alguna vieja amistad, pues únicamente soportan la prueba del tiempo las amistades distantes, con escaso contacto personal con ellas por sus muchas ocupaciones, por sus intereses divergentes, o por la lejanía geográfica, o las personas imbéciles. Y también, por supuesto, la de aquellas otras que, como ellas, están al acecho de algún favor o provecho que de ellas pudieran obtener.
Cuando su actitud no ha vuelto su propia vida contra ellas mismas, y no han sido devoradas por alguna de las enfermedades que damos en llamar autoinmunes y similares, la vejez las deja con frecuencia en descubierto, pues la merma de sus fuerzas les hace mucho más difícil seguir disponiendo de tanta energía como precisan para su autocontrol, y para el camuflaje y la falsedad desde los que han urdido su entera vida(6).
Al terapeuta de estas personas únicamente le queda el desenmascaramiento y la confrontación de su paciente con ellas mismas, por si la autoconsciencia de su autoengaño produjera en ellas la decisión de cambiar. Con la esperanza de que podrán vivir en el futuro lo que ahora se niegan a sí mismas
Frente a estas personas a nosotros solo nos cabe la compasión y el alejamiento preventivo. Y advertir a nuestros próximos, cuando nos sea posible hacerlo, de quiénes son y de cómo actúan.


NOTAS:
(1) Lo que indudablemente exige de nuevo cálculo y más cálculo de cómo ocurrirán las cosas y de cómo convencer a los demás. Esta necesidad de que las cosas, una vez hecha la previsión de cómo ocurrirán, ocurran como prevén, les llena con frecuencia de ansiedad, pues si no ocurren así se les desmonta el negocio.
(2) Manipulaciones ruto del miedo a una vejez desamparada y un cerval miedo a la muerte.
(3) Pues el futuro es, por definición, imprevisible (si no, sería una mera continuación o copia del pasado), y lo que es imprevisible genera ansiedad en quienes necesitan preverlo todo para mitigar su miedo.
(4) Del lejano futuro en el que calculan que gozarán plenamente de cuanto acapararon para su vejez.
(5) Sentimientos y goces que a fuerza de no expresar y reprimir acaban por no tener.
(6) Mantener de forma coherente la falsedad a lo largo de toda una vida exige un control exhaustivo y extenuante.

Paco Puertes

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